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miércoles, 24 de abril de 2013

LA MIEL EN LA COCINA


La miel en si misma no solo es uno de los mejores alimentos que nos ofrece la Naturaleza. También puede ser un elemento imprescindible en una cocina sana e imaginativa.
Estamos acostumbrados a tomar la miel como medicamento o, todo lo más, usarla como sustituto del azúcar en nuestra alimentación. Existen  otras formas de utilizar la miel, no solo en repostería, sino también en primeros platos, ensaladas, salsas, etc. Como ejemplo sugerimos el siguiente asado:

ASADO DE CERDO CON MIEL Y SIDRA.

Ingredientes:

Un "rôti" de cerdo (= una pieza de jamón fresco para asar), no muy graso, del peso deseado.
Miel.
Chalotas (o cebolla y ajo), al gusto.
Una botella de sidra o cava brut/seco (no dulce).
Nata líquida (aprox. 50 ml).
Mantequilla o aceite, pimienta y sal.

En una cacerola fundir un trozo de mantequilla (o calentar aceite). Untar la carne de cerdo con la miel líquida por todas partes y dorarla en la mantequilla, dándole vueltas. Si se tuesta un poco, mejor. Sacarla de la cacerola.
Añadir a la mantequilla y a la miel las chalotas (o el ajo y la cebolla) finamente picados y dejar que se doren. Agregar media botella de sidra/cava, de forma que haya 3 ó 4 cms. de líquido en el fondo de la cacerola, y dejarlo que hierva.
Volver a poner la carne en este jugo de cocción, salpimentar a voluntad. Cocer el tiempo necesario según el peso de la pieza de carne (1 hora por kilo), a fuego medio, dándole vuelta a la carne de vez en cuando para que se cueza uniformemente. Un cuarto de hora antes del fin de la cocción, el jugo debe haberse espesado y reducido a la mitad. Si no es así, destapar la cacerola y aumentar el fuego para favorecer la evaporación.
Por último, sacar el asado de la cacerola. Añadir la nata líquida al jugo de cocción, dejar hervir algunos minutos y verter una parte de esta salsa sobre la carne trinchada, lista para servir. Servir el resto de la salsa en salsera.


domingo, 7 de abril de 2013

LOS YOGURES YA NO CADUCAN


Dos grandes escuelas de pensamiento han dominado despóticamente el mercado de los derivados lácteos. Para la escuela científica, los yogures no caducan, nunca se estropean, porque lo impide su naturaleza de producto fermentado; para la escuela mercantil, triunfante durante decenios, el yogur caduca a los 28 días y  no hay más que hablar. Pasado el plazo, tira uno el envase a la basura y se compra otro.

El ministro de Agricultura, Arias Cañete, curtido en caducidades y seísmos alimentarios ha terciado en favor de la tesis de la perennidad. Desde el 29 de marzo, los yogures no tendrán fecha de caducidad, sino una recomendación de consumo preferente, decidida por el fabricante. Pasada esa fecha, el lácteo seguirá siendo apto para el consumo, pero perderá aroma y sabor. Los yogures serán imperecederos.

Arias Cañete sigue un plan. Responde, con razón, a la estrategia europea para reducir el volumen de alimentos en buen estado que los sobrealimentados europeos (al menos hasta la crisis) arrojan sin miramiento a los desperdicios. Las cuentas abruman, como todas las que se exponen con puntillosa certeza. Los españoles tiran todos los años a la basura casi ocho millones de toneladas de alimentos perfectamente consumibles; que en toda Europa se desperdician al año más de 89 millones de toneladas de alimentos y que en todo el mundo se pierde un tercio del volumen total de alimentos producidos. El Parlamento Europeo se ha propuesto reducir tan dramático despilfarro a la mitad hasta 2025.

La iniciativa consuela a quienes piensan en los millones de hambrientos del planeta. Pero provoca graves interrogantes. Una clásica: ¿Por qué se ha permitido hasta ahora tirar los yogures sanos?

Boletín oficial del Estado (BOE) publicó  el Real Decreto 176/2013, por el que se deroga el RD 179/2003 que establecía la fecha de caducidad. De este modo, los consumidores, a partir de ahora, sabrán que hasta la nueva fecha el yogurt mantiene todas sus propiedades organolépticas, pero que a partir de entonces no significa que su consumo sea perjudicial.